Hoy la he ido a ver. Hoy era su cumpleaños.
Estaba donde siempre, en la misma silla. Me ha visto y ha sonreído. No lo ha hecho
por la felicidad de que sea su aniversario, si no por la visita. Vivir y no
saber en qué día estas, esa es la
situación.
Me dice que me echaba de menos. Yo le
correspondo con la misma frase. Ella
dice la verdad. Yo a medias. Ella tiene todo el tiempo, en la misma silla, para
pensar en nosotros. Yo tengo la excusa de que estoy muy ocupado.
Cojo una silla y me siento a su lado. Le doy
un regalo que lo abro yo mismo. Le gusta. Me da las gracias. Sonrió, es lo
mínimo que puedo hacer.
Es la hora de comer. Las asistentas traen la
comida. No tiene hambre, o eso dice. Me arremango. Cojo el cuchillo y el tenedor
y le corto el tomate en trozos pequeños.
Le
ayudo a comer. Como pasa el tiempo, como cambia la situación. Nos hemos
invertido los papeles.
Mientras come la observo. Sus ojos se han
hecho diminutos. Después de cada parpadeo vibran de emoción por continuar
viendo que hoy tiene compañía. Si la miro fijamente aún puedo ver la energía que
la caracterizaba. Unos ojos que han visto y vivido mil cosas. Su rostro lleno
de arrugas muestra su carácter fuerte y duro.
Le sirven el segundo plato. Le troceo los
canalones. Sus manos ya no son lo que eran. Ahora son delgadas, débiles y llenas
de manchas como granos de café.
Me pregunta por todos. No se olvida a nadie.
Se alegra de saber que estamos bien. Y lo hace sinceramente.
Le dan el postre, mandarinas. Le gustan son
dulces, pero el momento es amargo. Ha perdido memoria pero no ha olvidado que
el postre es el final de una comida. Y aquí también significa el final de una
visita. Le acerco el agua. Bebe.
No sé qué decirle. No sé cuando irme. Quizá
no me iría nunca. Pero el reloj no sé para. Fuera sigue todo en marcha. Nos cogemos
las manos y nos agarramos fuerte. Me gusta saber que me siente, y a mí me gusta
sentirla. Le abrazo fuerte, ella lo intenta. Le doy un beso y ella me lo
devuelve. Me levanto y coloco la silla al sitio. La vuelvo abrazar. Me pongo la
chaqueta. Le doy un último abrazo. Y la beso fuerte. Le cojo la mano y la dejo
ir poco a poco mientras le digo adiós. Le prometo que nos veremos pronto. Espero
que mí día a día no me genere una nueva excusa. De camino a la puerta me giro
diez veces para verla por penúltima vez.
Tristeza, felicidades.
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