martes, 11 de febrero de 2014

Los 90




Hoy la he ido a ver. Hoy era su cumpleaños. Estaba donde siempre, en la misma silla. Me ha visto y ha sonreído. No lo ha hecho por la felicidad de que sea su aniversario, si no por la visita. Vivir y no saber  en qué día estas, esa es la situación.

Me dice que me echaba de menos. Yo le correspondo con la misma frase.  Ella dice la verdad. Yo a medias. Ella tiene todo el tiempo, en la misma silla, para pensar en nosotros. Yo tengo la excusa de que estoy muy ocupado.

Cojo una silla y me siento a su lado. Le doy un regalo que lo abro yo mismo. Le gusta. Me da las gracias. Sonrió, es lo mínimo que puedo hacer.

Es la hora de comer. Las asistentas traen la comida. No tiene hambre, o eso dice. Me arremango. Cojo el cuchillo y el tenedor  y le corto el tomate en trozos pequeños.   Le ayudo a comer. Como pasa el tiempo, como cambia la situación. Nos hemos invertido los papeles. 

Mientras come la observo. Sus ojos se han hecho diminutos. Después de cada parpadeo vibran de emoción por continuar viendo que hoy tiene compañía. Si la miro fijamente aún puedo ver la energía que la caracterizaba. Unos ojos que han visto y vivido mil cosas. Su rostro lleno de arrugas muestra su carácter fuerte y duro. 

Le sirven el segundo plato. Le troceo los canalones. Sus manos ya no son lo que eran. Ahora son delgadas, débiles y llenas de manchas como granos de café. 

Me pregunta por todos. No se olvida a nadie. Se alegra de saber que estamos bien. Y lo hace sinceramente.
Le dan el postre, mandarinas. Le gustan son dulces, pero el momento es amargo. Ha perdido memoria pero no ha olvidado que el postre es el final de una comida. Y aquí también significa el final de una visita. Le acerco el agua. Bebe. 

No sé qué decirle. No sé cuando irme. Quizá no me iría nunca. Pero el reloj no sé para. Fuera sigue todo en marcha. Nos cogemos las manos y nos agarramos fuerte. Me gusta saber que me siente, y a mí me gusta sentirla. Le abrazo fuerte, ella lo intenta. Le doy un beso y ella me lo devuelve. Me levanto y coloco la silla al sitio. La vuelvo abrazar. Me pongo la chaqueta. Le doy un último abrazo. Y la beso fuerte. Le cojo la mano y la dejo ir poco a poco mientras le digo adiós. Le prometo que nos veremos pronto. Espero que mí día a día no me genere una nueva excusa. De camino a la puerta me giro diez veces para verla por penúltima vez. 

Tristeza, felicidades.

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